
“Nuestra relación no encajaba en ninguna normal. Él era gay y a mí me encantan los hombres, pero a pesar de todo nos amamos. Conocí a Freddie Mercury en un club nocturno para gays en Mónaco y enseguida nos caímos bien. Fuimos juntos al baño y allí me dijo: “Aquí podemos hablar mejor, no es tan alto el volumen de la música”.
Recuerdo que bebía una tónica con vodka. Me senté en la tapa de water y comenzamos a hablar, yo de mi vida y él de la suya.
Fue fantástico, salimos del baño cuando el pub ya estaba vacío, oscuro y cerrado. Tuvimos que esperar hasta la mañana para poder irnos cuando la señora de la limpieza llegó para acondicionar el local. Desde entonces hemos estado juntos, a veces en Mónaco, a veces en su casa de Londres. Freddie tenía un insaciable instinto sexual, podía estar con tres hombres a la vez en una sola noche. Prefería a los hombres toscos, con manos callosas, tipo camionero. Nunca fui celosa, él pertenecía a los hombres sólo un par de horas y el resto del tiempo era mío. Yo también tuve otros amantes pero llegó un momento que esto le resultaba tan desagradable que los obligaba a pemanecer lejos de mí y se volvía muy impertinente con ellos. Freddie era absolutamente especial, gentil, educado, divertido y totalmente imprevisible.
En una ocasión, cuando estuvimos en Río, el jefe de seguridad fue a la suite a preguntar si todo iba bien. Freddie se lanzó corriendo hacia él, le quitó la chaqueta y los pantalones y los tiró a la piscina por la ventana. Fue muy divertido, el pobre hombre terminó totalmente desnudo como un gusano y conmocionado. Al final terminó bebiendo champán con nosotros y diciendo: “Ahora estoy libre de mi trabajo, ¡salud!”. En otra ocasión, durante unas Navidades, Freddie se dio cuenta de que no había comprado los regalos para sus amigos así que pidió que la tienda Cartier abriera sólo para nosotros y a mí me pidió que eligiera los regalos. Pero yo tenía un problema: tenía que ir a comprar unos Tampax (tampones). Freddie amablemente se ofreció a ir a la farmacia mientras yo elegía los regalos, pero no pudo hacer la compra con discernimiento y gastó un montón de dinero innecesariamente. Si él no podía elegir el color de un objeto, ¡los compraba todos!. De hecho, regresó de la farmacia con una bolsa enorme. “¿Qué demonios compraste?”, le pregunté. “He dicho lo que quería y compré todos”, contestó. Freddie había comprado todos los tipos de compresas y tampones que había en la farmacia. Yo sólo quería un paquete y con todo aquello bien se podía haber satisfecho las demandas de varias señoras durante un año. Aquella sin duda fue la época más emocionante de mi vida. La última noche que pasé con él me invitó a tomar una copa, junto con todo su personal, en su hotel y me dijo que al día siguiente partía hacia Londres. Después me llevó a casa y una vez allí le dije que se desvistiera y descansara un rato, pero sucedió algo extraño y decidió volver al hotel. Él ya había decidido que esa sería la última vez que me vería y lo había organizado todo para abandonarme para siempre.
Estuvimos dando vueltas hasta las 8 de la mañana antes de volver al hotel y allí a los pies de la cama lloró. Le pregunté qué le pasaba pero no me dijo nada, simplemente me miró y se fue. Luego desapareció de mi vida. Ahora sé por qué, fue porque estaba enfermo y no quiso decírmelo”.

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